Una obligación desagradable
Hay quienes no pueden creerse todos esto. Sobre todo algunos padres. ¿Acaso no están los colegios mejor que nunca y los educadores muy concientizados de la conveniencia de la lectura? Punto importante, que conviene aclarar: no es que no exijan la lectura en los centros de enseñanza. Al contrario: se hace más que nunca. Pero esa exigencia, en lugar de convertir el leer en algo agradable, lo hace molesto. Consecuencia: cada vez encuentran los estudiantes más dificultades para entender cualquier libro. Por no hablar de manejar la bibliografía, de acudir a las fuentes. De eso, casi nada. Se lee el libro que hay que leer, utilitariamente para el examen. Queda como de otro planeta eso de encontrar placer en la lectura, de enfrascarse en el libro, de no poderlo dejar... Según un estudio realizado para el Ministerio de Cultura (15.000 entrevistas a ciudadanos mayores de 18 años), el 63% de los españoles no compra ningún libro al año. En el 17% de los hogares no hay ni un solo libro. La media, por hogar, es de 145. Dedica algún tiempo a la lectura el 56% de la población. El 42 no lee jamás, ni por una urgencia, ni una vez al año.
La influencia familiar
No hay más remedio que preguntarse por las causas. Nunca, como desde hace treinta o veinte años, según los países, los sistemas escolares han hecho hincapié en la lectura. Nunca como hoy la lectura ha sido tan obligatoria. Pero ahí está ya parte del problema: nunca ha sido más teórica. El libro se hace cosa escolar, tarea. Al mismo tiempo el niño o la niña no ven leer a sus padres.
Inteligencia en la escuela
En algunos colegios se está enfocando el aprendizaje de la lectura de un modo menos escolar y más inteligente. No se trata de que los alumnos lean -y menos de que simulen que han leído- sino de que lleguen a descubrir por su cuenta el libro. Por su cuenta, después de una callada orientación.
En la historia de la humanidad, antes del libro está la narración oral, el contador de historias. Poca gente, si hay alguna, es insensible a la narración de historias. El cuento, antes que impreso, está en los labios. Muchos libros pueden ser empezados por los maestros y, cuando la atención ha prendido, continuados por los alumnos, ya en la lectura. Y no sólo en la enseñanza primaria. Lo mismo puede y quizá debe hacerse en el bachillerato.
No es buen síntoma tampoco hacer en el aula un elogio cultural del libro. Estos elogios, realizados con la mejor intención, suelen ser contraproducentes en la mayoría de los alumnos. El libro tiene que entrar casi como un juego, como un tesoro escondido. Nadie va pregonando un tesoro escondido. Hay que señalar pistas, como quien no quiere la cosa, para que cada uno lo encuentre. Como en la isla del tesoro, de Stevenson, que no en vano es siempre uno de los preferidos.
La propia lista
Tampoco parece un buen sistema elaborar listas de libros imprescindibles. Y por la misma razón: parece algo ajeno, impuesto. Sin duda alguna, es posible hacer listas de los mejores libros, pero cada uno de ellos ha de ser encontrado como si se acabase de escribir. Los niños y los jóvenes, por lo general, reaccionan en contra de la pedantería cultural, incluso cuando no saben lo que eso es. No se trata de leer a ultranza o de leer por leer, sino de redescubrir lo valioso que ha sido hecho por alguien.
Por eso no importa que a veces se empiece por libros que estén de moda o que sean triviales, con tal que no se trate de pura basura ortográfica, sintáctica o moral. Se empieza por lo trivial, se adquiere el hábito de leer y luego se continúa, quizá, hasta llegar a disfrutar de la Ilíada, y no en versión adaptada.
Un libro medianamente bueno implica, en su autor, muchos años de lectura; el uso de una tradición lingüística y cultural que es objetiva, que se hereda, no se fabrica. El lector habitual va almacenando mucho más de lo que él se imagina. La metáfora del tesoro de la memoria, por gatada que esté, se refiere a algo real.
Más importancia en la lectura
Si esto es así, y parece que sí, el gusto por e libro sólo puede ser transmitido por verdaderos gustadores de libros. Como dice el viejo proverbio, el valle se defiende en el bosque. Si no se cuida el bosque, la erosión alcanzará finalmente a todo. El libro, el gusto por la lectura, se defiende en un atento y cuidadoso esmero en el leguaje. En definitiva, hablar y escribir de cualquier manera son incomparables con leer. Esa es la clave esencial.